Cuando una mujer conoce que está embarazada comienza una relación con el hijo que lleva en su interior, se vincula con él, deja de pensar como una individualidad y comienza a pensar en ella y en su hijo, se proyecta hacia el futuro y visualiza el embarazo, el parto y una nueva dinámica vital. Pero el embarazo puede terminar bruscamente por múltiples circunstancias, de manera espontánea o provocada, trayendo como consecuencia la muerte del bebé. Aun cuando la pérdida del bebé sea temprana ya ha habido un vínculo con él, que en muchos casos es sumamente intenso.
Se ha escrito mucho sobre el proceso que las personas atravesamos cuando hemos perdido a un ser querido. Enfrentar la muerte, venga ésta avisando y con tiempo, venga esta inesperadamente, es doloroso y sume a la persona en una situación compleja. Tardamos en asumir la muerte, ya no volveremos a ver a la persona querida, no escucharemos su voz, no sentiremos su olor. En el caso de la pérdida prenatal la mujer también deja de sentir a su hijo aun cuando no lo haya visto.
Cada persona afronta esta circunstancia de forma muy diferente dependiendo de muchas variables (fortaleza psicológica, acompañamiento emocional, recursos culturales, apoyo social), pero lo que es igual para todos es la experiencia de un tiempo donde la persona se ‘duele’. Nuestra sociedad tradicionalmente ha respetado el duelo entendiendo que es un tiempo necesario para que la persona se adapte a la nueva situación y lo ha entendido también como un proceso social donde el doliente recibe apoyo de la comunidad (familiares, vecinos, amigos), donde se le acompaña para que comparta su experiencia. Sin embargo cada vez es más frecuente esconder la muerte y acortar los tiempos de duelo, evitando las expresiones de dolor y el llanto con un exceso de administración de medicamentos. Esta actitud hace que el proceso de duelo no se resuelva bien y pueden surgir, a la larga, complicaciones donde la persona pase de un sentimiento de vaga depresión a tener síntomas fóbicos, trastornos de ansiedad o pensamientos obsesivos y necesitar terapia.
Es lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo con las mujeres embarazadas que pierden sus hijos y no son acompañadas en su duelo. No se afronta la realidad de la pérdida y existe el riesgo de inhibirse o diferirse. El entorno social suele minimizar la gravedad de la pérdida tratando que la madre, y también el padre, superen cuanto antes la situación: “No te preocupes pronto volverás a quedarte embarazada”, “no es lo mismo que si hubiera sido mayor”, “tienes otros hijos”, “la naturaleza es sabia”.
Respecto de los abortos provocados la situación aún es más compleja. Sabemos que las mujeres que sufren abortos provocados experimentan reacciones similares a las de las mujeres con pérdida espontánea, el problema es que el apoyo es nulo ¡Cómo te vas a doler de algo que has querido hacer! Sin embargo es urgente que se elaboren protocolos de atención (como ya se están elaborando para los abortos espontáneos) a las mujeres que han abortado porque si no son ayudadas y acompañadas en su complejo duelo tienen un mayor riesgo de desarrollar trastornos psicológicos graves.
Directora General de REDMADRE